El coronavirus es fuente de miedo y confusión, pero también podríamos aprovecharlo para profundizar en cuestiones que siempre han sido incómodas o inoportunas y que ahora se nos fuerza a encarar.
Aplaudimos a los sanitarios por su valor y generosidad con la que doblan turnos, arriesgan su salud e intentan salvar el mayor número de vidas. No les importa si salvan a un padre de familia, o a un preso, a una bailarina o a un leñador. Todas las vidas valen lo mismo. Ese es el punto de partida para tratar a los enfermos. Sin embargo, que todas las vidas tengan el mismo valor, paradójicamente no significa que todas terminen recibiendo el mismo grado de atención.