Asisto perplejo a cómo la inmensa mayoría de los políticos y medios de comunicación celebran el golpe de estado en Venezuela. En realidad mi perplejidad no es porque alguien pueda alegrarse de que Maduro esté en apuros. Yo mismo desearía otro tipo de dirigente, y creo que Maduro se ha ganado a pulso tantísimas críticas de Amnistía Internacional. Se podría defender una revuelta del pueblo contra su dirigente, pero habría que ser coherente y decir a las claras que se trata de un golpe de estado, o al menos una revolución, aunque este término no le gusta a la derecha tan amante del orden. Lo que me deja perplejo es que los mismos que se empeñan a calificar de "golpe de estado" lo sucedido en Cataluña, se esmeran muchísimo en evitar dicha calificación para la situación de Venezuela.
Aunque conceptualmente se parecen en lo básico (saltarse la ley para cambiar establecer un nuevo orden, un nuevo país, un nuevo presidente), se diferencian en que en Cataluña el asunto fue tan ridículo e incruento en comparación con lo que está sucediendo en Venezuela, que calificar de manera más severa lo de Cataluña, me parece una broma de mal gusto o una hipocresía extrema.
En Cataluña se apeló al pacifimo y a la desobediencia civil, en Venezuela se insta a los militares. En Cataluña al menos se hizo en un parlamento, mientras que Guaidó se ha proclamado Presidente en la calle. No hubo muertos en Cataluña, mientras que en Venezuela ya hay 26 muertos por unos revueltas que no habrían estallado de no haberse dado el golpe de estado. La proclamación de la república catalana fue una pataleta infantil de los nacionalistas, que sabían que no iba a tener reconocimiento internacional, y que al día siguiente nada iba a cambiar. Por eso ellos mismos hicieron que su declaración solo tuviese 8 segundos de vigencia. Es absurdo pretender que ese acto pueril es peor que lo que está sucediendo en Venezuela. Más que absurdo es canallesco, sabiendo que hay gente en la cárcel, y que la misma Amnistía Internacional nos repite que deberían estar en la calle.
No sabemos todavía como terminará esto, si Guaidó terminará encarcelado o tendrá que huir, como Puigdemont, o si Donald Trump le quitará el petróleo a los venezolanos como Bush se lo quitó a los iraquíes cuando por fin se hartó de Sadam... pero lo que está claro es que deberíamos ser más serios a la hora de acusar de golpismo o de dictador a quien no nos gusta. De no ser así, deberíamos empezar a cuestionar si Donald Trump es un Presidente legítimo, puesto que el proceso electoral estuvo plagado de irregularidades y manipulaciones: quizás Hilary Clinton deba subirse a la estatua de Abraham Lincoln y proclamarse presidenta de EEUU. Nos guste o no, Trump es el elegido, al igual que Maduro, Puigdemont. Al igual que en su momento lo era Rajoy y ahora lo es Pedro Sánchez: el mismo que exige elecciones inmediatas a otro país pero que no las convoca en el suyo a pesar de haberlo prometido con la misma inmediatez y hace ya medio año. Si, con razón o sin ella, queremos defenestrar a las bravas a cualquiera de ellos, seamos honestos y digámoslo claramente. A lo mejor incluso nos ponemos de acuerdo. Pero no tergiversemos el concepto de golpe de estado, porque llegará el momento en que tengamos uno delante y todavía estemos enmarañados discutiendo lo que es.
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