Tras toda una vida sedentaria por fin me he enganchado a la actividad física. No solo me he apuntado al gimnasio como en otras ocasiones,... ¡sino que estoy yendo! Y es gracias en buena parte a que me he enganchado a un curso de filosofía a cargo de Fernando Savater. El curso es una pura gozada y le debo las gracias a TranquiloTv que lo ha producido. Cada capítulo del curso dura unos 25 minutos, justo el tiempo que duro corriendo en la cinta. Así que ahí estoy, corriendo en la cinta y cada día Savater me explica un filósofo diferente en mi teléfono móvil: Sartre, Platón, Marx, Foucault, Hobbes etc...
El curso de filosofía se llama "La aventura del pensamiento", y efectivamente lo es. Cada día tengo la oportunidad de conocer la cosmovisión de un gran filósofo. Cada día me fusiono con personas que existieron antes que yo, y que se preocuparon antes que nosotros en nuestra actualidad. Las formas de gobierno y las responsabilidades públicas, lo material y lo espiritual... Nuestras sociedades son tan parecidas a las suyas, que a menudo me asalta el pensamiento de por qué los llamamos clásicos cuando son expertos de lo contemporáneo.
Debe haber algo hormonal que responda a aquello de "menta sana en cuerpo sano", porque la sucesión de ideas que este post muestra ha nacido del sudor y la velocidad. Cosas que se piensan aisladamente, se juntan y organizan mientras haces ejercicio.
Y es que el nombre del curso me remite a una serie de reflexiones previas que me vienen acechando y que afianzan esa sensación de aventura cerebral. Cuando paso una tarde en la Fnac curioseando libros, discos e incluso comics, me siento como un salvaje de alguna sociedad tribal que ponen en mitad de un pasillo de un gran centro comercial: objetos brillantes con utilidades desconocidas al alcance de la mano, muchos de ellos por el valor de un día de trabajo, alimentos de zonas de la Tierra tan lejanas entre sí que otros jamás tendrán la oportunidad de probar en su vida, obras maestras de la música en alta fidelidad...etc. Andar por esos pasillos me pueden convertir en un aficionado a la comida japonesa, en un adicto a Michael Jackson o en un amante del rococó. El resultado es incierto como en cualquier aventura.
A veces me siento así, pero parcialmente liberado del sesgo consumista, porque tenemos la fortuna de poder vivir bajo la lluvia cautivadora de pensamientos enriquecedores que en su mayoría no cuestan nada. En el peor de los casos cada gota solo tiene el precio de un libro o una entrada de cine. Mi cerebro se deja seducir por Ortega y Gasset un día, y otro me sumerjo en un libro de George Bernard Shaw. Y mientras Carl Sagan me conecta con el Cosmos de una manera tan elegantemente espiritual, como atea, Richard Dawkins me deslumbra con sus espejismos. A la semana siguiente desanudo la política del mundo gracias a Noam Chomsky, para después encontrar a Christopher Hitchens y comprender que se puede estar de acuerdo con tu enemigo intelectual y que no se debe silenciar. Y esta misma tarde podré troncharme con los Simpsons o con el Gran Wyoming y sus diarias dosis de ingenio. O José Luís Sampedro me hará llorar con su dulce voz. Quizás Mercedes Sosa me haga estremecerme hasta el tuétano mientras canta "Gracias a la vida". Puede, incluso, que me sienta retado, y por tanto renovado, al escuchar alguna tontería de Federico Jiménez Losantos. Y cuando no es un libro es un documental, o una conferencia, o una discusión en youtube, o un artículo en Rebelion.org, o un microespacio de Radio 5 los que me hacen sentir que hay otro mundo por encima del mío. Un mundo mucho más rico, mucho más importante que merece la pena ser investigado, y ya no solo por solidaridad, sino por mera curiosidad humanista.
El que se niegue a usar su músculo cerebral, y pase toda su vida sin darse cuenta de las riquezas interiores que nos proporciona el mundo, es decir, los demás, es social y mentalmente un pedazo de carne con ojos. No digo que haga falta ser un sesudo lector y despedirse de la diversión o el humor, no. Basta con ser consciente de que la vida es algo más que nutrirse y defecar. Si pasas la vida pegado al televisor viendo un denigrante reality show, y esa bazofia y miseria moral te quita el tiempo que necesitarías para pensar y explorar mundos más decentes... no tienes perdón. Si encima te quejas de no tener tiempo para pensar en cosas más serias, y de que el mundo va mal porque nadie se mueve, y tú eres el primero que no hace nada ni personal ni colectivamente, porque eso es función de los políticos... si además no tienes un proyecto de vida que incluya algún tipo de ejercicio de superación, o si no sabes o no te han enseñado a ejercer la crítica y la autocrítica... entonces ya no solo hablo de perdón, sino de compasión. Aún así, siempre hay remedio.
Sí...es cierto; la suerte de tener un trabajo, de tener salud, familia, tiempo libre, amigos, y por supuesto esa persona que te quiere y que te hace sentir feliz porque te permite a su vez que tú la hagas feliz a ella, son los puntos de partida para seguir explotando tu aventura del pensamiento. Quizás sea muy legítimo conformarse con eso, que ya sería mucho en estos tiempos que vivimos. Lo reconozco. Pero el que tiene una mente exploradora y curiosa como la mía no puede conformarse con eso... ¡hay tantísima riqueza intelectual alrededor! Y repito no hace falta leer filosofía, sino sorprenderse, interrogarse, tener empatía con la situación social del otro, tener curiosidad histórica por qué habrán dicho o vivido otros que vivieron antes que yo, aunque fueran mis abuelos.
No puedo evitar sentir el optimismo de la fortuna de vivir con tanta riqueza y ebullición interior, y consecuentemente, no puedo evitar intentar contagiárselo a los demás. Compartirlo es una lección más que se aprende con la experiencia, como lo aprendió Christopher McCandless en la película "Hacia rutas salvajes": "la felicidad solo es real cuando se comparte."
A menos que estés en una depresión que te impida apreciarlo, o que tu ritmo de vida no te lo permita de verdad, me parece un insulto a tu humanidad que dejes pasar la vida sin gozar ni sentir la dicha de la música, la literatura, la cultura, el arte, la historia, la filosofía... hay tantos recursos para sentirse conectado con otras generaciones, otros tiempos, otras eras... u otras personas y culturas de tu propio mundo (aunque tú creas que no es el tuyo). "Hay muchos mundos, pero todos están en este", como en alguna ocasión creo que dijeron los Pink Floyd.
Este post empieza a parecerse a un anuncio anti-drogas, lo confieso. Así que terminaré aludiendo a dos ideas que me rondan por la cabeza desde hace tiempo: la primera es sobre mi papel que juego en este supermercado de ideas, un papel pasivo, pero de activo y permanente enriquecimiento. La segunda tiene que ver con mi angustia por olvidar.
Desde hace tiempo tengo una teoría sobre mi papel en este océano infinito de oportunidades. Creo que si muero de viejo y no paro de leer, ver documentales, viajar y debatir, ni aún así satisfaré las aspiraciones y curiosidades que me surgen en apenas una semana de actividad mental. El hombre enciclopédico capaz de dominar varias disciplinas tiene difícil encaje en un mundo tan especializado en donde cada día escriben e investigan más personas. A estos efectos tengo una curiosa teoría, nada pretenciosa: el mundo se divide en dos clases de personas: los espectadores y los actores. Los actores son los profesionales que activamente producen para los demás en cualesquiera campos; científico, filosófico, artístico etc... Mientras que el resto son los espectadores que tienen la fortuna de nadar en un mundo de oferta sensorial al que los propios actores, en algunos casos, no pueden nadar porque están centrados en su propia producción. Y yo, salvo por la producción de este blog, me siento afortunado de pertenecer a la clase espectadora. No creo que tuviese aptitudes para ser un gran actor, pero es que dudo que este placer de contemplar tantas joyas que otros hacen para mi pueda ser superado ejerciendo un papel más activo.
La segunda idea nace de mi mala memoria. Suelo olvidar muchas cosas, sin ir más lejos, los capítulos de "La aventura del pensamiento". Si tuviera que explicar a algún autor no podría, tendría que volver a verlo, estudiarlo, trabajarlo, debatirlo... quizás por ello se exigen defender las tesis universitarias ante un tribunal. Porque el verdadero conocimiento exige una digestión más proactiva. Pero que mi memoria no me permita retener todo el conocimiento, o que la duración de mi vida no me permita siquiera probar todas las exquisiteces de cada estantería del supermercado intelectual, no significa en ningún modo que no pueda seguir "consumiendo", leyendo y releyendo hasta no dejar nunca de sorprenderme. Una memoria utilitaria sería de gran ayuda para avanzar, sin duda, y así no leer a veces con la terrible sospecha de que se diluirá al poco tiempo. Pero la memoria emocional de haber disfrutado de algo, o de la compañía de alguien, permanece en mí con mucho brío. La muerte más inhumana es por Alzheimer, porque lo importante que nos llevamos a la tumba son un conjunto de vivencias y emociones, no de datos. Unas vivencias que nadie puede heredar. Solo uno mismo tiene la obligación vital de acumular cuantas más mejor, en una especie de sana avidez generosa con quienes hemos tenido la fortuna de conocer. Esas vivencias y emociones son nuestro verdadero saldo, son nuestra vida, simple y llanamente. Y entre esas vivencias, está por supuesto, la aventura del pensamiento.
Carpe diem
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