1.4.20

El virus del odio y la desesperación: el otro protagonista de esta crisis en las redes sociales.


En estos momentos en que el COVID-19, con permiso de Nietzsche, está partiendo la historia en dos, a lo mejor deberíamos reflexionar si es el momento de colgar a nuestros actuales dirigentes de la plaza del pueblo. Parece que mucha gente en las redes sociales se está montando una película de salvapatrias de la que quieren ser protagonistas a golpe de click.


Las redes sociales nos hacen sentirnos protagonistas de cambios rápidos. Ayudamos a otros a difundir sus causas, y así presionamos a los gobiernos con firmas y demás. Todo eso está muy bien. Pero cuidado, que la adicción a los like no nos confunda porque no somos los protagonistas. Los protagonistas de la ciencia son los científicos, no nosotros, aunque apoyásemos en su momento la inversión en investigación. Los protagonistas para que no se eche a los inquilinos más vulnerables son los de la plataforma anti-desahucios que se encadenan en los portales, por mucho que nosotros los apoyáramos. Los protagonistas de la sanidad que se resistían a las privatizaciones fueron los miles de personas de las mareas blancas que sistemáticamente hemos ignorado, y no nosotros por muchos aplausos que demos ahora puntualmente a las 20:00 en nuestros balcones. 

Comento estas obviedades porque de la misma manera, ahora, nos creemos que publicando una frase ingeniosa en twitter, de tan solo 280 caracteres, estamos aportando algún tipo de solución. Ahora se llevan mucho “los zascas”, que son como un guantazo dialéctico. Son capaces de saldar con un zasca carreras universitarias enteras. Y lo hacen en nombre de la democratización de las redes sociales. Olvidan que las redes sociales, solo son eso, redes de una sociedad muy concreta. Usarlas no nos convierte ni en más listos o más tontos de lo que ya éramos. En todo caso, nos convierte en más adictos a la brevedad, y por consiguiente, más incapaces de profundizar.

A veces ya, ni siquiera se molestan en escribirlos, sino en retuitearlos. A menudo ni siquiera son palabras, sino un meme que se difunde como un virus. Esto demuestra el desprecio que hay a debatir. No solo por la connotación de linchamiento que conlleva, también porque denota la prepotencia del ignorante que incapaz de analizar algo con mediana profundidad, acoge la primera información que le viene por cualquier medio y la insufla en la red como si eso pudiera alumbrar de alguna manera a todos los que estamos en la oscuridad. 

La única luz que es capaz de alumbrar fiablemente es la que arroja la ciencia sobre la oscuridad, tomando prestada la metáfora de Carl Sagan. Sin embargo, la ciencia no tiene un poder de infalibilidad. Si la ciencia cambia de opinión no es por capricho, sino porque avanza y se adapta a los nuevos datos. Si los científicos no han alertado con la suficiente fuerza sobre lo que se nos venía encima, es porque simplemente no lo habían calibrado bien. Pero eso no significa que debamos optar por su antítesis y desecharlos para abrazar a los homeópatas y conspiranóicos. Hacerlo significa un desprecio hacia toda esa gente que se dejó las pestañas estudiando para ser un profesional en su área. Ellos son los protagonistas. Son los mejores, y por eso es conveniente escucharlos y hacerles caso.

Con la política es diferente. Los políticos no son necesariamente los mejores, solo son los que hemos elegido democráticamente. Y cambiarlos parece una opción razonable cuando no funcionan bien. Pero si queremos que ahora dejen de mandar y gestionar, hagamos algunas consideraciones previas, para no caer en un mero ejercicio de ego que nos haga sentirnos protagonistas de un cambio que salva a la patria, cuando en realidad solo somos víctimas de nuestra propia impotencia:

1.    Cuando el barco se hunde, no es momento de cambiar al capitán. Ni hay tiempo para elegir a otro, ni medios. ¿Cómo lo harían los que lo proponen? ¿Convocando elecciones ahora? ¿Voto telemático? ¿Un golpe militar quizás?

2.    Para que la crítica sea constructiva, es necesario aportar una solución y señalar con el dedo a quien lo hubiese hecho mejor. Pero ni dentro ni fuera del país hay muchos candidatos. ¿La oposición puso el grito en el cielo mucho antes que el gobierno? ¿Algún país al que no haya pillado esto en bragas esta crisis mundial? Nuestros socios europeos nos dan la espalda mientras los malvados comunistas de Cuba y China se van a ayudar a Italia… Ahora se ve de qué pasta estamos hechos todos.

3.     Una vez se encuentre a esas personas honestas y eficaces, tendrían que aceptar el puesto sabiendo el riesgo de linchamiento público en caso de que se equivoquen en algo.

4.   Que no se sean las mismas que están infectadas por el virus del odio, porque muchas de las que acusan a Pedro Sánchez y compañía de ineptos y criminales, son las mismas que no pudieron aceptar los resultados electorales precisamente por el mismo virus que ahora corroe sus entrañas. Su crítica destructiva no los convierte automáticamente en más capaces, solamente en más vociferantes.

5.    Exigir un mínimo de coherencia a todos los que nunca votan porque son apolíticos, y que cuando surge un problema político son los más listos e imparciales para criticar al político de turno, cuando en realidad nunca se molestaron en aportar el granito de arena más importante que el sistema nos da cada 4 años. Y justamente ahora, cuando le ven la boca al lobo, y nos está engullendo, es cuando tenemos que ir a votar… 

Cuando superemos esta horrenda crisis que afecta a nuestras sociedades, quizás nos compadezcamos de esas otras crisis mucho peores que habitualmente afectan a otros países. Por ahora nuestro horizonte de solidaridad y empatía sigue dentro de nuestras fronteras. Y hay todavía más ejemplos edificantes que denigrantes. Simplemente estos últimos llaman más la atención porque lo negativo vende más: desconfiar de todo y de todos parece que se lleva bastante. Están infectados por un virus de desesperación, o de odio en el peor de los casos, y sufren un irrefrenable ataque de protagonismo que otros sabrán aprovechar. Recojamos el testigo de todo lo positivo que estamos sacando como sociedad, y pongámoslo en valor, porque ese debería ser el verdadero protagonista silencioso de esta historia. Achiquemos con educación, datos y empatía a quienes en su desesperación no pueden ofrecer algo mejor.


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