17 de octubre de 2000
Un mensaje de mail a algunos amigos/as desde la nostalgia, cuando estaba en Copenhague.
Bajo la cabeza. La vuelvo a levantar. Las paredes acristaladas de la biblioteca del "Black Diamond" son deleite y tentación para un voyeaur como yo. El Diamante Negro (Black Diamond) es un gran complejo, donde se ubica la biblioteca más moderna de Copenhague, además de varias salas destinadas a eventos sociales, musicales, etc... Desde fuera se percibe como un edificio inclinado, en forma de diamante, con cristales opacos. Desde dentro el 90% de la infraestructura es transparente.
Cuando me canso de estudiar en la sala de "Researchers" me bajo un rato a investigar en el energúmeno edificio. Acabo de regresar de uno de mis descansos, y sin embargo me encuentro igualmente cansado. La teoría feminista sobre negociación cansa mucho. Vuelvo a bajar la cabeza para buscar el renglón por el que me quedé. Ya lo recuerdo. La negociación y su literatura; son varios autores los que se analizan ahora, uno de ellos expone la hipótesis de una negociación competitiva frente una cooperativa.... vuelvo a levantar la cabeza. Una pareja permanece apoyada en la barandilla de un puente que une las dos principales partes de la biblioteca. Han salido fuera para descansar. Se les ve pero no se les oye.
Bajo la cabeza, esta vez para darme un ligero masaje en el cuello. Tengo un poco de sueño. Hablan de algo intrascendente que les ha pasado, quizás a un amigo, no necesariamente a ellos. La chica mueve constantemente la cabeza y las manos de izquierda a derecha, como explicando una sucesión de alternativas. En realidad gesticula tanto porque está a gusto y quiere hacerlo notar, quizás quiere buscar la complicidad dialéctica del chico. Ya hacía unos minutos que lo había conseguido, pues él asentía enérgicamente con la cabeza cada vez que ella le exponía las ventajas y desventajas del asunto, pero ella no podía verlo porque miraba al piso de abajo desde la altura, sin atreverse a comprobar el efecto que sus palabras estaban teniendo en la atención de su interlocutor. Yo, en cambio, sí podía verlo.
Bajo la cabeza, esta vez para darme un ligero masaje en el cuello. Tengo un poco de sueño. Hablan de algo intrascendente que les ha pasado, quizás a un amigo, no necesariamente a ellos. La chica mueve constantemente la cabeza y las manos de izquierda a derecha, como explicando una sucesión de alternativas. En realidad gesticula tanto porque está a gusto y quiere hacerlo notar, quizás quiere buscar la complicidad dialéctica del chico. Ya hacía unos minutos que lo había conseguido, pues él asentía enérgicamente con la cabeza cada vez que ella le exponía las ventajas y desventajas del asunto, pero ella no podía verlo porque miraba al piso de abajo desde la altura, sin atreverse a comprobar el efecto que sus palabras estaban teniendo en la atención de su interlocutor. Yo, en cambio, sí podía verlo.
Entre mi asiento y la pareja se dibuja una infinita línea vertical, que no es sino la división entre vidrio y vidrio que hay cada 10 metros, con tal suerte que viene a caer justo entre los dos. Así que ahí están, deseando encontrarse pero separados todavía por una barrera invisible... y quizás inexistente. No respondemos al sencillo y aburrido mecanismo de los mandriles, no señor, afortunadamente no.
Me pregunto cuantas veces me he encontrado en un proceso comunicativo similar. Y me gustaría tener unas claras conclusiones que me ayudaran en mis futuras conversaciones, pero lamentablemente no las tengo. Creo que incluso en las numerosas ocasiones en las que hablamos de cosas banales intentamos transmitir nuestro interés, o también nuestra capacidad de interesar. La mera información no existe, salvo en el confesionario, y ni siquiera ahí, pues tratamos de obtener un perdón más benévolo con una voz más humana. Trato de recordar situaciones en las que quise comunicar mi interés, mi disponibilidad, mis deseos, pero solo fui capaz de comunicar mera información. Hubiera sido tan fácil decirlo. Pero mi inseguridad, que se refleja en el hecho de no hacerlo, es a menudo captada (¿apreciada?) por la persona con la que hablo. Sobre todo si esa persona también tiene cierta incertidumbre. Son demasiadas las circunstancias en las que he tenido que bajar la cabeza cuando en realidad quería levantarla. Demasiados pensamientos oscuros y retorcidos que afloran al exterior cuando en realidad todo estaba claro en el interior. Las palabras como espejos, que reflejan fugazmente intenciones temerosas de salir, temerosas por no ser escuchadas, comprendidas, repudiadas, juzgadas, malinterpretadas, falseadas, utilizadas. Pasa todos los días, incluso con la más nimia conversación en una tienda, al pedir un producto, el talante con el que te diriges al dependiente o con el que él/ella se dirige a ti, siempre trato de ver el estado de ánimo que hay detrás, que es lo que se guarda. Quizás sea el caso de esta pareja. Quizás lo mismo son hermanos que intentan simplemente convencerse mutuamente sobre qué regalo comprarle a sus padres. No lo sé.
Bajo la cabeza. Abro los ojos y los colores del subrayado me recuerdan rápidamente que estaba estudiando en la biblioteca. Me doy cuenta de que he estado totalmente ausente por unos minutos.
De repente su conversación me parece odiosa, no tiene nada que ver con lo que yo estoy imaginando. En realidad ella es una parlanchina imparable y él quiere regresar a la sala de lectura. Aunque creo que ni siquiera estaban dentro. Podrían ser unos de tantos turistas que acuden a los conciertos de música clásica que se dan en alguna de las salas. Me parecen gente aburrida.
Sin apenas sospecharlo ellos me han sugerido una jornada de actividad mental que estaba destinada al letargo más profundo entre las páginas de un libro con el horrendo título de "Negotiation and Dispute Resolution". Sin ánimo de ser prepotente, mi conversación conmigo mismo ha podido ser mucho más rica y sugerente que la que ellos han tenido detrás de todas esas toneladas de cristal. Me siento afortunado y me acuerdo de "Dancer in the Dark" y de la encomiable virtud de Selma (Bjork) para dejar volar su imaginación, o mejor aún, para combinarla con la negación de la realidad. La creatividad se transforma no sólo en una herramienta de supervivencia, sino también en una fiesta paradisíaca intransferible. Una permanente sonrisa en la boca incluso en los momentos más duros, pero no por hipocresía, sino por aferrarse a la felicidad como directriz principal de lo que te debe mover cada día cuando te levantas. Selma, al igual que Peter Pan y probablemente tantos otros (Bizcochito, Truman si se hubiese quedado en su mundo, otro tanto con Demi Moore en "Pasión por Vivir"), ha elegido la caja número 2 cuando en realidad sólo existía una caja. Eso es valentía, inconformismo, proponer soluciones creativas. Selma es sin saberlo, y probablemente sin quererlo de haberlo sabido, una gran política. Mi heroína canta en uno de sus musicales ficticios:
"Cuando la abeja pica, cuando el perro muerde, cuando me siento mal, simplemente recuerdo mis cosas favoritas y así no me siento tan triste"
Levanto la cabeza y recojo los libros. Es hora de dejar de estudiar, iré a casa a hacerme una buena comida y a reírme un rato con mi vecina la bosnia. Me encuentro extrañamente contento.
El hecho de que en una conversación seamos capaces de tener tantos pensamientos paralelos, el hecho de que podamos escaparnos, a veces incluso sin poder evitarlo, de las conversaciones y no avergonzarse de ello es una virtud que sin llegar a ser la de Selma, me ayuda a sobrellevar el aburrimiento de esta semana de vacaciones, y me congratulo al compartirla con vosotros. Bien porque "padecéis" los mismos síntomas (quizás como el resto de los mortales), bien porque me conocéis y os mostráis receptivos a mis idas de olla de terapia colectiva norteamericana. O sencillamente porque echo de menos vuestra compañía, vuestra afinidad, vuestras charlas.
El hecho de que en una conversación seamos capaces de tener tantos pensamientos paralelos, el hecho de que podamos escaparnos, a veces incluso sin poder evitarlo, de las conversaciones y no avergonzarse de ello es una virtud que sin llegar a ser la de Selma, me ayuda a sobrellevar el aburrimiento de esta semana de vacaciones, y me congratulo al compartirla con vosotros. Bien porque "padecéis" los mismos síntomas (quizás como el resto de los mortales), bien porque me conocéis y os mostráis receptivos a mis idas de olla de terapia colectiva norteamericana. O sencillamente porque echo de menos vuestra compañía, vuestra afinidad, vuestras charlas.
Un abrazo y un beso a todos desde este arrebato de nostalgia.
Pepe Crespo.
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